Ramon Santamaria (Josetxo)

Comunistas Vascos
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Testimonio de Ramón Santamaría “Josetxo”

La tercera pieza del equipo de Malagón era un “niño de la guerra” evacuado a Gran Bretaña, Ramón Santamaría: Nací el 9 de diciembre de 1927 en Bilbao. Mi padre era linotipista y trabajó en diferentes diarios bilbaínos. Mi madre, como muchas mujeres en aquellos tiempos, se ocupaba de las labores de la casa. Éramos cinco hermanos, tres chicos y dos hermanas gemelas. Yo soy el tercero de los chicos, las hermanas eran las menores.

Hice los estudios primarios hasta los 8 años cuando, al estallar la guerra en 1936, convirtieron nuestra escuela en un cuartel. En ella estacionaron los batallones Larrañaga y Meabe. En mayo de 1937, tenía yo 9 años, con mis dos hermanos fuimos evacuados a Inglaterra. Bilbao era bombardeado a diario, varias veces al día, se trataba de proteger a una cantidad importante de niños y niñas. El Gobierno vasco de la época organizó esta evacuación. Hubo varias expediciones a distintos países.

Salimos de casa el 21 de mayo por la tarde. Ese día mis hermanas cumplían los cinco años. Nos despedimos de los padres en Santurce, donde embarcamos en el buque Habana. Pasamos la noche en el puerto y zarpamos por la mañana del 22 de mayo para llegar al puerto de Southampton, en el sur de Inglaterra, el 23 por la tarde.

Tengo que decir que ya no volví a vivir con mis padres. La mayor parte de los niños, éramos 4.000, fueron repatriados cuando cesaron los combates en la zona del Cantábrico. Pero una minoría de los niños, unos 400, esta cifra puede no ser exacta sino muy aproximativa, no fue reclamada Unos por haber quedado huérfanos, otros por ignorarse el paradero de los padres. En mi caso, mi padre se encontraba preso y mi madre con mis dos hermanas había logrado llegar a Santander, donde embarcó en un pesquero que les llevó a Francia, a La Rochelle.

Los niños fuimos repartidos en colonias por distintos puntos del Reino Unido. Recibíamos clases de castellano, aritmética... ya que nos habían acompañado maestras y auxiliares, sólo mujeres. Nuestra estancia fue alargándose y frecuentamos las escuelas primarias inglesas. Finalizado este período escolar, pude estudiar durante tres años Bellas Artes en Croydon, al sur de Londres. Saqué el diploma de dibujo, que aún conservo. Estos estudios me sirvieron para mis labores clandestinas más adelante. Pero el relatar las peripecias de los niños vascos durante los 13 años que residí en Inglaterra resultaría excesivamente largo.

Con la llegada de bastantes combatientes republicanos españoles procedentes de los campos de concentración del sur de Francia, principalmente a Londres, quedó constituido el PCE. Con el estallido de la II Guerra Mundial Inglaterra quedó incomunicada, no se podía comunicar por carta fuera del Reino Unido. Los mayores crearon organizaciones juveniles como la Juventud Combatiente y la JSU.

También se creó un grupo artístico, una coral, un grupo de danzas, teatro... El PCE había alquilado un edificio de varios pisos, “El Hogar Español”. En esos tiempos era fácil ya que mucha población había evacuado la ciudad hacia zonas que no se encontraban al alcance de los bombardeos y existían numerosos edificios vacíos. No conozco ningún caso de baja ocasionada por los bombardeos entre los evacuados, pero mi hermano mayor, que se hospedaba en casa de una señora que arrendaba habitaciones, tuvo que alojarse en otro lugar porque el edificio fue dañado por una bomba volante V-1.

Nosotros, desde nuestra Colonia al sur de Londres participábamos en las diversas actividades que se organizaban, muchas de carácter político. A los 15 años ingresé en la Juventud Combatiente y a los 17 en la JSU. Vista desde Londres, la lucha antifranquista era una prioridad. Con el fin de la guerra se reanudaron los contactos con las direcciones del PCE y la JSU en Francia, lo que contribuyó a acentuar la lucha antifranquista. A los 20 años solicité el ingreso en el PCE y fui aceptado.

Decidí trasladarme de Londres a París en abril de 1950 para participar en las actividades antifranquistas, que en Francia eran numerosas al existir una fuerte organización del PCE y la JSU. Creo que fue en agosto de ese año cuando las autoridades francesas golpearon a la organización del PCE y expulsaron hacia distintos países de Europa a los que lograron cazar. Algunos camaradas fueron deportados a Córcega. Mi caso fue distinto, no se me permitió residir en París y tuve que alejarme y residir y trabajar en Orleans, en el Loiret. Trabajaba en la construcción, mientras que mi paso por Bellas Artes me servía para pintar pancartas o retratos de los dirigentes como Lenin, Stalin, M. Thorez y otros que me solicitaban los camaradas franceses.

Tenía en mi “Carte de Sejour”, la documentación de residente extranjero, un tampón con los nombres de los departamentos franceses que me estaban prohibidos: todas las fronteras, más París y departamentos limítrofes. A medida que iba renovando mi documento de identidad, iba disminuyendo el número de departamentos prohibidos, hasta que en 1957 pude regresar de nuevo a París.

Hasta ese momento había asumido, como tantos otros, distintos puestos de responsabilidad tanto en la JSU como en el Partido. Fue a partir de 1958 que se me propuso trabajar en el equipo de confección de documentos. En la primera reunión a la que asistí estaban presentes Domingo Malagón, Jesús Beguiristain, José Larreta y otro camarada que se ocupaba del fotograbado. Creo que su nombre era Antonio Pérez Garrido, los apellidos son seguros, casado con una hermana de Larreta. Pérez Garrido asistía por última vez ya que los productos que empleaban para realizar el trabajo, revelador, fijador y tintas grasas, le habían provocado una seria urticaria en brazos y cuerpo.

Tuve que hacer un aprendizaje aunque, como ya he dicho, mi paso por Bellas Artes de algo me sirvió. Los métodos que utilizábamos eran tan rudimentarios que puedo fácilmente comprender que se puedan tener dudas, vista la calidad del trabajo realizado. Si digo rudimentarios podría igualmente decir ingeniosos. El material que yo tenía en mi casa y con el que trabajaba, nadie podría decir que servía para falsificar documentos, bueno, nosotros lo llamábamos “confeccionar”.

El responsable político era Domingo Malagón, un pintor que podría haberse ganado la vida con mucha holgura viviendo de su pintura y la sacrificó por el trabajo clandestino. Jesús Beguiristain, natural de San Sebastián, era el responsable técnico. Era un profesional que había trabajado en litografía, le llamábamos “Andrés”. Desgraciadamente falleció víctima de un cáncer y está enterrado en St. Maur, en la región parisina. El tercer camarada no era un dibujante, pero con los medios que teníamos se ocupaba del fotograbado y de las tiradas de los documentos. Se llamaba José Larreta y los llamábamos “Paul”.

Mi labor no se trataba de hacer arte, no se podía interpretar, era obligatorio copiar. Humorísticamente decíamos que “hacíamos el mono”, teníamos que realizar lo más exactamente posible la documentación. También me ocupaba de parte del fotograbado. La seguridad de los camaradas que utilizaban nuestros documentos era para nosotros una constante preocupación. Los camaradas que los utilizaban nos decían: “Con vuestros documentos, yo me siento totalmente seguro”. Y tenemos el honor y el orgullo de poder decir que ningún camarada cayó entre las garras de la policía por defecto de los documentos que llevaba. Personalmente, viajé más de una vez sin problemas con tales documentos.

Residía y trabajaba en mi casa, los horarios nos los imponíamos nosotros mismos. No realizábamos ningún otro trabajo, el del Partido ocupaba todo nuestro tiempo. Más de una vez nos tocó empalmar la noche y el día siguiente trabajando. Una de las medidas de seguridad que se adoptó, y de forma muy estricta, fue la de aislarnos: desaparecíamos de la circulación, no pertenecíamos a ninguna organización del Partido, no podíamos participar en actos o manifestaciones... Tampoco podíamos caer en el error de aparecer en fotografías en ningún lugar. Desde niño me gustó la fotografía y tuve que servirme de ella para realizar este trabajo, pero siempre al otro lado del objetivo. Por eso no tengo ninguna fotografía de esa época. Aunque, personalmente, nunca me sentí acosado por la Policía francesa.

Dependíamos todos de la Dirección del PCE. Percibíamos un salario del Partido, salario más bien miserable, 28.000 francos. Para hacernos una idea, diré que un empleado del PCF cobraba 45.000 francos y que mi salario antes de comenzar esta labor era de 65.000 francos. Pero en aquellos tiempos decíamos: ¿Qué es el dinero cuando hay camaradas que arriesgan sus vidas y otros que se pudren en las cárceles? Cuando falleció Beguiristain nuestro equipo quedó reducido a tres personas, pasando yo a ser el segundo de a bordo.

Tomábamos todas las precauciones posibles. Si había que sacar del interior a alguien, se le entregaba un pasaporte, nosotros decíamos “libritos”, con un tapón de entrada por Cervere cuando su salida se efectuaría por Hendaye, para que nadie pudiera decir: “Este sello en esta fecha no lo poníamos”. Para mantener un semblante de legalidad, como no podíamos estar declarados pues el PCE era ilegal, declaramos ante el fisco ser pintores independientes y en ese título pagábamos los impuestos sobre la renta. ¿Quién es un clandestino si paga impuestos?

Y así hasta la muerte del Dictador. Entonces pudimos volver a ser legales. Personalmente me presenté en la oficina donde pagaba mis impuestos y se quedaron boquiabiertos cuando declaré que en mi vida había vendido un solo cuadro.

Nuestra labor no ha sido reconocida. Al ser un trabajo de índole ilegal, entonces no se podía gritar lo que hacíamos por los tejados. Y ahora, en lo que a mí concierne, habiendo trabajado tantos años sin poder ser declarado, hoy me encuentro con una jubilación pésima. No he logrado que esos años, empleados en crear las condiciones para que de una forma civilizada podamos todos los españoles vivir en una España democrática, me fueran contabilizados como años trabajados y percibir una pensión correcta.

No me considero como un héroe, sino como uno de tantos que consideramos que luchar por obtener las libertades democráticas para todo un pueblo era una necesidad. Por esa lucha, muchos dieron sus vidas.